Mucho se ha hablado durante estos tiempos sobre la refundación del capitalismo, a raíz de la
provocada por los más ricos, para su propio beneficio. Al final nada ha cambiado, el capitalismo sigue
y no me extraña: no van a ser los financieros quienes se pongan a sí mismos la soga al cuello. Ese es nuestro trabajo, no el suyo.
Pero
nosotros no tenemos ningún poder. Sí claro, existe la opinión pública y todas esas chorradas, pero eso no le quita el sueño a ningún hijo de puta que, por ejemplo, da la orden para
asaltar una flotilla con ayuda humanitaria en un acto de piratería y terrorismo de Estado. Por mucho cabreo que cojamos, aunque salgamos a la calle a manifestarnos como buenos ciudadanos comprometidos con las causas nobles que somos, nosotros no tomaremos ninguna decisión. Lo harán nuestros representantes.
Esas personas que ostentan el poder absoluto, aunque se de forma temporal, lo hacen de un modo más bien poco ejemplar, y me estoy quedando corto. Saben que tienen total impunidad para hacer lo que les de la gana, si tiene que caer alguna cabeza, para eso están los subalternos. Su trabajo carece totalmente de responsabilidad, al menos en los países serios se producen dimisiones cuando les salpica la mierda, aunque eso no sea responsabilidad, sino una elección personal para preservar el honor y la integridad moral, palabras de cuento de hadas en nuestra querida nación.
Creedme, nunca lo he entendido. Cada uno de nosotros, sin ningún escrúpulo, delegamos todo nuestro poder, esa soberanía que sólo ha sido nuestra después de siglos de luchas y derramamiento de sangre; se la regalamos a un partido político para que hagan con ella lo que les de la gana sin que podamos hacer nada por controlarlos, carta blanca durante cuatro años en los que se suceden negligencias, robos y daños de forma sistemática. Haciendo analogía con el capitalismo al que tanto odian algunos, es como si cada cuatro años eligiéramos un banco distinto, le diésemos todo nuestro dinero y le dijésemos: "Puedes hacer lo que quieras con mi dinero, dentro de cuatro años rendimos cuentas".
Cualquiera te diría que es una soberana estupidez, aunque los banqueros estarían realmente contentos con el trato. Igual de contentos que viven nuestros queridos políticos, tomando decisiones con las que estamos en completo desacuerdo, pasándose nuestra opinión por el forro.
El capitalismo, en el fondo, no está tan mal. Al menos no es un sistema de castas y es posible -aunque no probable- ascender en la escala social. El principal problema del capitalismo es que el control que la sociedad ejerce sobre él es ridículo. Los partidos respaldan los intereses de los financieros porque al fin y al cabo pertenecen al mismo club de gente importante. Mientras tanto nosotros, la plebe, tenemos que observar impotentes cómo expolian nuestra riqueza. Juegan con ventaja. Tienen todas las cartas, mientras nosotros debemos salvar grandes obstáculos para prosperar en esta nuestra amada democracia.
Ah, la democracia. Cómo nos gusta llenarnos la boca con esa palabra, estamos tan orgullosos de vivir en el que creemos es el régimen político más racional y humanista posible, cuando en realidad nuestros sistemas políticos tienen de democracia lo que el chorizo tiene de plato vegetariano. Los que
crearon el término hace miles de años, incluso
los padres de la democracia moderna, se revolverían en su tumbas si vieran el régimen de indefensión al que nosotros mismos y de forma totalmente voluntaria, nos hemos entregado. Entiendo a los
millones de electores que no votan, tal vez hayan intuído la insignificancia de ese acto, tan sobrevalorado, de echar un papelito en una urna. No todos los partidos políticos son iguales, pero al final todos caen en los mismos errores. Es como para perder la esperanza.
Por suerte, no todo está perdido. Todavía quedan personas que piensan y luchan por recuperar lo que es nuestro, esa soberanía que hemos vendido a cambio de dormir tranquilos por las noches, responsabilizando a otros de lo que es nuestra más esencial obligación:
gobernarnos a nosotros mismos. No todo está perdido porque las ideas bullen y estamos más cerca que nunca unos de otros gracias a la tecnología, disponemos de una capacidad de comunicación y organización con la que antes sólo se podía soñal, sólo falta aprovechar esa capacidad para volver a tomar las riendas de nuestra propia vida.
Eso es precisamente lo que están haciendo algunas personas en el desafortunadamente bautizado como
Partido de Internet, la primera agrupación política que pretende devolver a los ciudadanos el poder usurpado sistemáticamente por los partidos tradicionales. Con la
democracia líquida como principio de funcionamiento, este partido quiere implantar un sistema mixto a caballo entre el sufragio directo y la delegación realmente práctico e interesante.
Si este partido consiguiera representación parlamentaria en las próximas elecciones, todos los ciudadanos españoles tendríamos la posibilidad de votar directamente cualquier decisión que se tome en la vida política de nuestro país. Además, tendríamos la posiblidad de delegar nuestro voto en cualquier persona, de forma temporal e incluso para un tema concreto. Esto soluciona, de un plumazo, las graves dificultades prácticas con las que se enfrentaría una
democracia totalmente directa, ya que con la posiblidad de delegar el voto podríamos dejar en manos de personas de confianza nuestro poder político.
La ventaja respecto a una formación política tradicional es evidente: no se delegan todas las decisiones en un partido durante un periodo determinado de tiempo, sino que se delega en personas que, si nos defraudan, pueden perder nuestro favor inmediatamente. Siempre tendremos el control sobre nuestra soberanía, no estará hipotecada cuatro años para que personas a las que no conocemos de nada hagan un uso irresponsable e indiscriminado de ella.
Se trata, en definitiva, de un salto cualitativo. Un soplo de esperanza en el enrarecido ambiente político de nuestro país.
Una oportunidad para redimir nuestros errores. Sí, nuestros. Nosotros somos los responsables, y no nuestros representantes. Somos nosotros los que les hemos dado carta blanca, y sólo nosotros podemos recuperar lo que, por derecho, nos pertenece.